sábado, 18 de septiembre de 2010

Caminos paralelos

A raíz de una noticia sobre el aborto (ABC 27/08/2010) que afectaba al Instituto Borja de Bioética (Universidad Ramón Llull), algunos nos hemos enterado de que ese mismo Instituto hizo una declaración en enero de 2005 ofreciendo las conclusiones de un Grupo de Trabajo sobre la Eutanasia que llevaba por titulo “Hacia una posible despenalización de la Eutanasia”.

En dicho trabajo se distinguía entre “despenalización” [dar a una conducta, hasta el momento castigada penalmente, la categoría de acto permitido por la ley bajo determinadas condiciones y requisitos que, si se incumplen, será igualmente castigado; ordinariamente no implica el reconocimiento de un derecho exigible por el ciudadano, aunque si ejercitable, y tampoco corresponde a una conducta normalizada socialmente sino excepcional] y “legalización”  [dar a una conducta, hasta el momento castigada penalmente la categoría de acto permitido por la ley, a todos los efectos, sin condicionantes ni requisitos; implica el reconocimiento de un derecho exigible por el ciudadano incluso ante los tribunales, y corresponde a una conducta normalizada socialmente] para concluir su reflexión pidiendo, no la legalización indiscriminada de la eutanasia, pero sí su “despenalización en determinados supuestos que representen una inevitable tensión conflictiva entre valores equiparables a la vida misma y que pongan en evidencia la posibilidad o la necesidad de no prolongarla innecesariamente.”

Partiendo de que dicho Instituto se refiere a la eutanasia propiamente dicha, y no a la distanasia o encarnizamiento terapéutico, nos podemos preguntar si esa propuesta de despenalización es inocua.

A este respecto puede ser oportuno traer a colación un extremo de la argumentación del Dictamen del Consejo de Estado de 17/09/2009 sobre el anteproyecto de Ley Orgánica de Salud Sexual y Reproductiva y de Interrupción Voluntaria del Embarazo; y es aquel que parte de la afirmación de la STC 53/1985 de que “el legislador, que ha de tener siempre la razonable exigibilidad de una conducta y la proporcionalidad de la pena en caso de incumplimiento, puede también renunciar a la sanción penal de la conducta que objetivamente pudiera representar una carga insoportable.” – argumento que sirvió para despenalizar el aborto en determinados supuestos límite –, para afirmar que “…en un régimen de libertad general (Constitución, art. 1.1) parece lógico concluir que la ausencia de una prohibición equivale a un ámbito de libertad de lícito ejercicio. No se trata – dice – de reconocer un derecho específico sino de un lícito hacer en el caso de la interrupción voluntaria del embarazo, como en cualquier otro aspecto de la conducta humana no prohibido por la ley.”

Podemos observar sin dificultad la evolución, jurídica y social, desde la despenalización de una conducta calificada de “excepcional” hasta una “normalización social ” que lleva a su consideración como un ámbito de libertad de lícito ejercicio que implica, de facto, el reconocimiento de un derecho (subjetivo), es decir, en la facultad / potestad de un sujeto – la madre - de exigir a otros sujetos – Administración y profesionales sanitarios – la eliminación de un tercer sujeto, el hijo que lleva en sus entrañas, porque existe el derecho, exigible, a la prestación sanitaria consistente en tal eliminación.

Y podemos observar, también sin dificultad, el paralelismo de la propuesta de despenalización de la eutanasia realizada por el Instituto Borja de Bioética con la que en su momento se realizó para despenalizar el aborto; ese mismo fue el camino seguido para la instauración del derecho a abortar a que me referí en el anterior artículo de este blog, un camino en el que ya se demostró la inutilidad de la distinción entre “despenalizar” y “legalizar” salvo para impulsar su aceptación social.

No se trata, evidentemente, de que el Código Penal sea la solución – como ya apuntábamos en los comentarios a la anterior entrada en relación con el aborto - , porque las causas y las soluciones son más complejas y más profundas, y atañen al mismo concepto que se tenga de la persona, pero tampoco se puede obviar el papel regulador de la convivencia que las leyes cumplen en un Estado de Derecho, ni se puede obviar que cuando se declara una ley como conveniente se postula un criterio social de comportamiento, y que hay una legitimación social implícita en la despenalización.

Ya hemos andado ese camino con el aborto, y la cuestión es , ¿volveremos a hacerlo con la eutanasia?

12 comentarios:

Manolo dijo...

El programa nazi denominado "Aktion T4" ya recogía la posibilidad de eliminar a enfermos incurables. El propio Hitler abrió la veda, dándole cierto sentido humanitario justificando las matanzas ya que eran "muertes por compansión".

Entre aquello y la eutanasia actual, entendida como amparo legal al suicio asistido, existe una diferencia fundamental, la voluntad y el consentimiento expreso del enfermo de acabar con su vida. Otro aspecto diferencial, que no voy a abordar ahora, es el de saber si los asesinados por Hitler en virtud de esa "compasión" eran enfermos de verdad o su exterminio respondía a otros criterios igual de oscuros e injustificables.

Por compasión, creo que nunca asistiría a un enfermo ayudándole a morir. La vida, por dura, fea o mala que en algunos casos pueda ser, está limitada a un número de años. Tras la muerte hay otra vida, eterna, la de verdad, que puede estar llena de paz y felicidad o ser una eterna condena al infierno. No me gustaría ser cómplice de condenar a ser humano alguno a un sufrimiento eterno, por librarle de un dolor pasajero.

Para poder expresar lo anterior y tratando de empatizar con el que sufra una enfermedad incurable, así como con sus seres cercanos, pienso en que fuera una hija mía la que estuviera en una situación así y me ratifico en lo expuesto en el párrafo anterior. A pesar de una exposición al sufrimiento tremendo, creo que sería incapaz de brindar un pasaporte al dolor eterno a un ser querido, por mucho que lo viera sufrir. Cierto es que, afortunadamente, no estoy en esa situación y, si se diera, habría que ver como vendrían las respuestas reales para afrontarla, aunque quiero pensar que me mantendría firme en mis convicciones, a sabiendas del sufrimiento para todos. Igual pienso si el enfermo fuera yo, agradecería que alguien velara por mi bienestar en la vida que estoy seguro que hay tras esta vida pasajera, este nuestro "valle de lágrimas".

Leandro dijo...

Creo que la despenalización siempre viene detrás de una cierta legitimación social; no se entiende aquélla sin ésta. Y parece que sí, que llevamos todas las de recorrer el mismo camino. Con una salvedad: las potenciales víctimas del aborto no pueden hacerse oír; las de la eutanasia, sí. Con los inevitables matices y excepciones, en líneas generales podemos afirmar que nadie quiere morir. Los casos de quienes piden su propia muerte, como los suicidios, son muy excepcionales. La tendencia general, al menos en nuestro entorno cultural, es la de agarrarse a un clavo ardiendo. Es verdad que solemos pensar en la muerte como algo remoto, pero con el transcurso de los años la percibiremos como una realidad que se acerca de forma inexorable. Y es posible que muchos entusiastas partidarios de la eutanasia lo sean menos conforme vayan cumpliendo años, por lo que pudiera pasar. Tal vez eso suponga un freno. Sobre todo, en una sociedad que envejece a marchas forzadas

Manolo dijo...

Hay un envejecimiento cuantitativo, demográfico, fruto de la disminución de nacimientos por diversos motivos tales como el retraso en la edad de emancipación, falta de medios económicos, confusión entre lo que es bienestar con egoísmo, ausencia del sentido de paternidad responsable, inestabilidad de las parejas, promiscuidad, falta de compromiso con la sociedad, pasotismo, desilusión por tener descendencia, etc. Ello está invirtiendo la pirámide de población y, posiblemente, las cotizaciones de la población activa no permitan mantener a un volumen desproporcionado de personas mayores dentro de unos pocos años. Me da miedo pensar, en relación con la eutanasia, que lo que hoy se plantea como despenalizar o legalizar, pueda ser el primer paso para que un gobierno pudiere estimar oportuna la eliminación de un anciano, por mil motivos, pero siempre bajo el temor y la sospecha, que la decisión obedeciere a motivos puramente económicos, con el fin ir estrechando el vértice superior de la pirámide. ¿De locos?, en absoluto. Basta ver el empeño actual de nuestro ejecutivo por favorecer una cultura de la muerte, materializada en el aborto libre o en lo que llaman "muerte digna". Aquí enlazaría con el otro envejecimiento de la sociedad, el cualitativo, el de los valores, ese envejecimiento fruto de un falso progresismo que quiere hacernos ver que lo que se escribe con "c" nos tenemos que ir acostumbrando a verlo con "k", que eso es "kultura" ya que es una actitud tolerante y un pasar la mano por el hombro a los radicales independentistas vascos que poco a poco van minando las mentes de jóvenes, empezando por lo más gráfico, la propia grafía, siendo los grafitis otro modo más de entender el arte, el callejero, el popular, el que impide que una persona pueda tener la pared de su casa blanca y, le guste o no, tenga que tenerla llena de pintadas y dibujos por narices. También es progresista que un español no pueda circular felizmente por Ceuta o Melilla y que sea el propio Gobierno de España actual, el que censure esa libertad, eso sí, restando importancia al hecho de que nuestras fronteras sean constantemente ultrajadas, para ridículo de nuestra "soberanía nacional". También es progresista la contradicción de aquellos pacifistas a los ya que no se les oye aquel "no a la guerra" con la que está cayendo en Afganistán. Progresistas se hacen llamar aquellos cantantes, poetas o escritores, aunque ellos prefieran que se les llame "intelectuales", que deben su prosperidad al anterior régimen y que van por la vida de liberales y vanguardistas, cuando han resultado ser lo más dañino para España, habida cuenta del empeño de algunos por cambiar de nacionalidad, el coqueteo con repúblicas bananeras con regímenes dictatoriales y otros cantares que iremos entonando poco a poco tras este formidable verano que hemos dejado atrás.

Desde el foro dijo...

Es verdad Manolo, hay que verse en esa situación y creo que puede llegar a ser realmente duro, por personas que lo han vivido con enfermedades penosas y largas, pero creo que, por un lado ya existen medios - unidades de dolor, y drogas - que permiten eliminar el dolor o mantenerlo dentro de niveles aceptables; por otro, el verdadero amor, la verdadera compasión - "compadecerse" = padecer junto a... - se demuestra permaneciendo al lado de esa persona y que lo verdaderamente cómodo y egoísta es darle el pasaporte, y así dejas de compadecer entre otras comodidades inherentes al hecho de la inexistencia del enfermo; y por otro, aunque sea una contradicción, hay que tener valor para decir "mátenlo", que lo diga una ley y un comité de médicos ad hoc, y así tranquilizamos nuestra conciencia.
Y si ya no tenemos conciencia, y somos capaces de decirlo personalmente, y colectivamente llega a estar bien visto, es que hemos retrocedido varios estadios en nuestra evolución y hemos vuelto al de las tribus primitivas que abandonaban a su suerte (a la muerte) a viejos e inútiles.
No creo que sea un buen camino, y menos - egoístamente pensando - para los que ya nos acercamos a los 50.

Anónimo dijo...

"No se trata de reconocer un derecho específico sino de un lícito hacer en el caso de la interrupción voluntaria del embarazo, como EN CUALQUIER OTRO ASPECTO DE LA CONDUCTA HUMANA NO PROHIBIDO POR LA LEY.” dice el informe del Consejo de Estado.

No van a tener que trabajar mucho si piden su opinión sobre un proyecto de legalización de la "buena muerte" (seguro, pero vamos, seguro que no le llaman eutanasia), copiar pegar, sustituir "interrupción voluntaria del embarazo" por "buena muerte", y listo.

Manolo dijo...

Ahora me toca ponerme en el caso del enfermo. Es fácil hablar desde fuera del problema, ajeno a él y por ello pido perdón a todos los que estén sufriendo una enfermedad incurable, así como a sus seres cercanos. Si fuera yo el enfermo, me encantaría ver entrar por la puerta de la habitación a alguna de mis hijas,a mi esposa o a mi madre y regocijarme con una visión tan bella. Quiza disfrutaría de poder ver con más frecuencia la televisión, rezar con más profundidad, charlar, escuchar música, manifestar sin tapujos mis sentimientos a familiares y seres queridos, disculparme frente a los que en mi vida activa hubiera hecho daño de alguna manera, estudiar algo interesante, redactar cartas, etc. Creo que el poder de la mente es tremendo y que la verdadera limitación está en creernos útiles solamente cuando estamos en movimiento e inútiles cuando nos vemos imposibilitados físicamente.

Repito que, afortunadamente, no estoy en esa situación pero puedo hablar con cierto grado de conocimiento de causa. Durante 8 años tuve el honor de poder ayudar en muchos momentos de su vida a mi propio abuelo, inmóvil en un sillón a causa de una trombosis. Le ponía sus botas, lo llevaba al servicio, le buscaba canales de televisión, hablábamos de pesca (fue un excelente pescador), me hice de un par de receptores y hablábamos a distancia, lo que le encantaba; me acostaba a su lado y me contaba mil historias, relatos de antepasados, episodios de historia viva y real, etc. Disfrutaba solamente con verme y se partía de risa disfrutando plenamente cuando le contaba alguna anécdota graciosa que me hubiera acontecido. Le cogía la mano a mi madre o a mi abuela con una dulzura y cariño que jamás he visto en persona alguna.

He pasado por la experiencia de un cáncer. Tuve miedo, terror en el más crudo sentido de la palabra. Hablo de un diagnóstico en el 2006, un tratamiento, una baja laboral de casi un año, unas revisiones periódicas, de verme más allí que aquí, de temer por lo que les depararía a mis hijas tras mi falta, unas secuelas físicas y psicológicas importantes y una sensación de impotencia enorme. Me podía haber hundido, pero mi familia merece algo más y solicité el alta lo antes que pude, me puse a luchar, a trabajar, a regalar sonrisas, a ponerme debajo de la lluvia, a disfrutar de cada minuto de mi vida y no permitir que alguien me amargue el día. Bendito cáncer, que me hizo más humano, menos materialista, más familiar, mas agradecido con los demás y con la vida en general. Me podía haber pasado lo contrario y haberme hundido en el alcohol, las drogas, la depresión o el fatalismo. Pero tuve a mi lado a una familia extraordinaria y a nuestro Padre Celestial, al que torpemente intento acercarme.

Permítanme que piense que puedo hablar en primera persona con una millonésima porción del conocimiento de causa necesario para poder hablar de eutanasia con el correspondiente grado de coherencia y por ello digo: No la querría para mí ni para un ser querido. Que me pongan cerca una Biblia y que una hija mía, mi esposa o mi madre me acaricien la mano. Si a lo anterior añadimos un mando a distancia de un equipo de música con el que reproducir temas de mi agrado, mejor. Y si añadimos que alguien me arrimare de vez en cuando un granizado de limón con menta, creo que podría llegar a superar algún deseo de poner fin a mi vida, pero no puedo asegurarlo con total certeza. A priori, hablar de eutanasia no va con mi carácter renovado, ilusionado y feliz, que disfruto tras una mala experiencia como sufrí y sufro cada vez que me toca la revisión semestral. Queriendo y respetando a nuestros enfermos, igual les estamos quitando de la cabeza cualquier deseo pesimista o incluso de muerte. La cuestión está en saber si, los sanos, estamos dispuestos a dar la cara, proteger, querer, amar, cuidar, respetar y valorar a nuestros enfermos, seres queridos que han dado su vida entera por nosotros. No seamos desagradecidos, por favor.

Desde el foro dijo...

Leandro, coincido con matices en que las leyes responden, normalmente - y este es el matiz - a una demanda social. Pero no siempre. Creo haberme referido en alguna ocasión, por lo menos de pasada, a la teoría del "constructivismo jurídico sociológico" que va mucho más allá del positivismo jurídico, y que podría resumirse (perdón si de forma algo torpe) en que no es la conciencia ni el consenso colectivos los que crean la realidad a través de las leyes, sino el "discurso", formado por una cadena de sucesos lingüísticos sin personalidad, que forman un sistema autónomo en cada época, sobre los que se puede incidir desde el poder para modificar la la realidad por medio de la deconstrucción o resignificación del lenguaje (para romper ese discurso) y del derecho.

En román paladino, que desde el poder se puede invertir la realidad y forzar el cambio social resignificando el lenguaje (IVE o muerte digna, en lugar de aborto o eutanasia), y echando a andar unas leyes que junto a otros medios (TV, cine, periódicos...., libros no lo tengo tan claro), hacen sentir la necesidad de esa regulación legal, que termina de provocar ese cambio social legitimando la conducta hasta entonces perseguida o sancionada.

Es verdad que tenemos tendencia a conservar la vida, pero todavía me espeluzno cuando recuerdo - acababan de estrenar la película "Mar adentro", con las entrevistas, tertulias y demás parafernalia - la entrevista a una señora que ya no cumplía los 70... "¿Eutanasia?..¡ah! Yo sí hijo, no quiero ser una carga, cuando ya no sirva y sea una molestia, que me den el pasaporte" vino a decir la susodicha...., y se me heló la sangre....el problema no es que esa señora lo consintiera o no en caso de convertirse en una carga, sino que había ido solita mucho más allá del concepto de eutanasia, había delegado su decisión en aquellos que debían soportar su carga, y que colectivamente se podía llegar a pensar de esa manera porque planteaba una aberración como un acto de generosidad. ¡Claro! ¡Quién va a querer ser una carga!

Y también es verdad que envejecemos a marchas forzadas, pero no son los viejos los que hacen las leyes, y me temo Leandro que nuestra generación, la del baby-boom de los años 60-70, tiene una base demasiado ancha para ser deglutida, así que deberíamos ir pensando ya en cómo nos defenderemos.

victoria dijo...

Si te das cuentas cuanto más "avanzado" es un país, más apoyan la eutanasia y cuanto más pobreza y más miseria más cuidan a los mayores, por qué??

Leandro dijo...

Yo no dije que las leyes respondan a una demanda social. Dije que la despenalización (no cualquier ley) siempre viene después de una cierta legitimación social. Legitimación social de la conducta despenalizada, se entiende. Otra cosa es el camino para alcanzar esa legitimación social, y ahí el uso y abuso de los medios de comunicación juega un papel importante. Pero antes de despenalizar una conducta, es necesario que una parte importante de la sociedad, una parte mayoritaria diría yo, la acepte. No me gusta utilizar para esto el término legitimación, porque ni la mayoría, ni siquiera el conjunto de la sociedad, legitima determinadas conductas; pero es el que tú habías utilizado en la entrada y pienso que sirve para entender lo que queremos decir.

En cuanto a esa venerable señora, permíteme que sea escéptico. Primero, porque en determinadas circunstancias mucha gente dice lo que se espera que diga, sin preocuparse mucho más. Y segundo, y sobre todo, porque esa señora hablaba de cuando sea una carga, cuando sea una molestia, cuando ya no sirva; es decir, que de momento todavía no se veía como tal. Habría que preguntarle cuando efectivamente se vea ella como una carga y una molestia, a ver si entonces también da un alegre paso al frente para que la maten. Eso, si es que el momento de que se vea como una carga llega alguna vez, porque la señora ya no cumple los 70 y no es consciente de serlo. Y a lo mejor para algunos de los que la rodean sí lo es. A lo mejor lo es desde los trece años porque no hay quien la aguante, vaya usted a saber. Donde quiero ir a parar es al hecho de que, por lo general, no nos vemos a nosotros mismos como cargas o molestias; siempre somos gente cojonuda a la que los demás tienen que querer y estar agradecidos. Faltaría más.

Desde el foro dijo...

Yo lo identificaría más que con la riqueza de una sociedad o de un país, con la implantación generalizada de una cultura hedonista que huye del dolor, del sufrimiento, del sacrificio, propio por supuesto y de los demás también, y de una moral utilitarista que percibe el bien y el mal en función de la utilidad de la conducta dirigida a ese fin hedonista.

Y eso, creo que es más fácil que se dé en una sociedad rica y avanzada que en una sociedad de supervivencia.

Desde el foro dijo...

Leandro, creo que estamos hablando de lo mismo. Cuando estamos hablando de conductas sancionadas penalmente la legitimación social de una conducta lleva o conlleva la demanda social de su despenalización, que a su vez conlleva la regulación legal de ese lícito hacer.

Lo que digo es que en ese proceso, si bien es necesaria cierta legitimación social de una conducta – que no equivale a moralmente correcta porque, como bien dices, eso no depende del consenso de la mayoría ni del conjunto de la sociedad – para que pueda despenalizarse una conducta, esa despenalización conlleva a su vez una mayor legitimación social, una mayor percepción de la sociedad sobre la legitimidad de esa conducta. Se comienza despenalizando una conducta en supuestos límite en los que se considera que no se puede exigir a su autor que actúe de otro modo, y se termina convirtiendo en un derecho subjetivo exigible frente a terceros. Ocurrió con el aborto, y se ha planteado con las drogas y con la eutanasia. La cuestión es que esa cierta legitimación (siempre hablando en términos sociales, jurídicos y positivistas) inicial de una conducta puede inducirse creando el debate sobre su despenalización, y ahí entra la deconstrucción del lenguaje, y la instrumentación del derecho a que me refería.

En cuanto a la venerable, yo también lo dudo que personalmente llegue a verse en algún momento en situación de que le den el pasaporte, pero eso no impide que esté colaborando en la creación de un lenguaje que se dirige a ese fin que para sí misma nunca realmente querrá. Ya ocurrió en Holanda.

Manolo dijo...

Victoria, seguramente tengas razón. Abraham Maslow (de ascendencia judía), psicólogo del S.XX, estableció una pirámide de necesidades. En la base están las necesidades primarias, básicas y, entre ellas, la necesidad de alimentación. Conforme el individuo prospera y va satisfaciendo necesidades, éstas se van tornando cada vez más complejas, llegando a la cúspide, donde encontramos las necesidades de tipo moral, entre otras. La teoría de la pirámide de Maslow, una vez analizada en profundidad, da respuesta al origen de algunos transtornos mentales como la frustración o la neurosis, bien por no alcanzar niveles superiores, bien por descender de nivel, dentro de los que Maslow establece. Si esto lo llevamos a la práctica y comparamos situaciones, en culturas en desarrollo, el apremio y casi la imposibilidad de cubrir las necesidades básicas harían materialmente imposible que un individuo se pueda plantear pensar en necesidades y problemas de niveles más altos. En sociedades ricas desde el punto de vista material, se generan las necesidades morales y aquí, como en todo, hay extremos, entre ellos, puede ser el estar a favor o en contra de la eutanasia o el aborto. Seguramente si mantenemos a un pastor nómada masai en su entorno habitual, su día a día se ciña a buscar rutas, alternativas y medios de conseguir la manutención cotidiana y poco más. Sus problemas serán la climatología adversa, que a un miembro de la tribu le pique un simple mosquito ya que esto le puede suponer la muerte, recibir el ataque de una alimaña y cosas así. Si a este mismo masai le cubrimos todas las necesidades y garantizamos un futuro con un trabajo estable, una buena casa, un coche, etc, es posible que se acuerde de lo que le costaba sobrevivir y su personalidad sea abierta y tendente a ayudar a los demás, a estudiar, a embriagarse de cultura y, además de esto, consiga satisfacer necesidades de autorrealización (vértice superior de la pirámide). Por contra, puede que caiga en un egoísmo brutal y sus pasos se orienten exclusivamente a satisfacerse a sí mismo, a no pensar en los demás, en regocijarse en su comodidad y, a pesar de haber subido de nivel, la materialización de este ascenso quede en participar en manifestaciones del orgullo homosexual, justificar con aires liberales el exterminio de personas antes de nacer (aborto), así como justificar la aniquilación de personas mayores ya que son lastres sociales, no producen nada y enturbian el plácido momento de nirvana al que estos progresistas han llegado. Pero el tiempo no perdona y, Dios mediante y si llegan a la vejez, tendrán que vivir en primera persona que algún niño de hoy, se cuestione dentro de 20, 30 o 40 años, una práctica "caritativa" de eutanasia sobre ellos.